"Hay poesía en el hecho de que la banda que agota localidades en el estadio de Wembley grabe en un garaje". Dave Grohl puede haber incurrido en algún tipo de sobreactuación indie al juntar a su banda en ese espacio de su casa y registrar los 12 temas de Wasting light exactamente igual que los primeros demos de Foo Fighters, en 1995, en cinta analógica. Pero tenía clarísimo lo que buscaba al hacerlo: el disco más crudamente rockero de su trayectoria como band leader. Por supuesto, la paradoja de 80 mil tipos coreando las canciones nacidas en el espacio en que caben una minivan y un par de bicicletas rinde mucho más si el resultado fue el mejor álbum en su carrera post-Nirvana.
La alineación de astros arrancó bien: además de convocar a Butch Vig (productor de Nevermind), a Grohl se le ocurrió que Krist Novoselic podía aportar bajo y acordeón en I shoud have known, el tema más lento del disco pero el más denso en contenido.
Es imposible no leer dedicatoria a Cobain en líneas como "debería haber sabido que terminaría así... No escuchamos tu advertencia y maldigo a mi corazón por eso... Pero todavía no puedo perdonarte". Si contamos a Pat Smear, guitarrista del último año de la banda clave del grunge, como parte de Foo Fighters, queda claro que Grohl pescaba en profundidad cuando imaginó Wasting light. El rescate incluye a Bob Mould, guitarra y voz de Hüsker Dü, un trío punk que hoy es de culto, pero en la década de 1980 gozaban, por decirlo de algún modo, de una modestísima repercusión.
Dear Rosemary, donde aparece Mould, es otro gran momento en un disco con muy poco para saltearse (tal vez solamente Miss the misery, algo banal y de relleno, pero al fin y al cabo la que contiene en su letra la línea que da título al disco).
Para marcar y poner en repeat: White limo, el track a la Mötorhead que fue promocionado con clip en VHS protagonizado por el mismísimo Lemmy Kilimister (miralo en el player); Arlandria, con un sonido prestado del Nirvana más melódico; These days, el himno de estadios; A matter of time, que no por pop pierde esos riffs pesadísimos que mandan en todo el disco; y Walk, el cierre con declaración de principios ("No me quiero morir nunca").
El séptimo disco de Foo Fighters es una energizante lavada de cara a una banda que parecía dirigirse a la repetición y la autocomplacencia. Y las razones están un poco más allá del garaje de Grohl: se ve que la temporada con Josh Homme y John Paul Jones en Them Crooked Vultures le hizo caer unas cuantas fichas. Y el jackpot fue este tremendo Wasting light.
Wasting light
Calificación: ***** (excelente)
Foo Fighters
Sony (2011)
$ 45