Ricardo Darín reniega en el mejor tono. No se molesta casi nunca, siempre luce amable, pero se encarga de dejar clarito su posición sin falsas modestias, sobre cualquier tema. Dice, por ejemplo, que no se considera el mejor actor de nada, ni siquiera es el mejor padre, y que todo se resume en una fórmula sencilla: “Hago una mezcla entre lo que puedo y lo que quiero, con lo que tengo”.
Sobre la sobreexposición de los últimos meses, tras el boom de taquilla, primero, y el Oscar a El secreto de sus ojos después, se refiere con gracia como "el temita recurrente", y sabe que "ya va a pasar". Su mayor virtud, dice, es saber hacer "que la pelota circule. Creo en eso, creo en no quedarse quieto".
¡Vaya si la hace circular! Ahora pone cuerpo y alma al personaje de Carancho, una gran película de Pablo Trapero a la que Darín convierte en una genialidad.
No es un entrevistado típico. Si la entrevista debe durar 10 minutos, él aclara: “No te preocupes, preguntá hasta que no tengas qué más preguntar”. Y él responde, incluso cuando la pregunta lo sorprende. “La última vez que la Argentina ganó un Oscar también ganó el Mundial. ¿Creés en las cábalas?”.
Piensa, saca cuentas, se ríe. “No soy exactamente un cabulero. No es muy serio pensar de esa forma... pero no sólo me gustaría que el equipo nacional llegue a instancias decisivas, sino que creo que lo va a hacer. Cuando se junten estos chicos a jugar a la pelota, y estén 20 días juntos, desaparecen las veleidades, las idolatrías. El tratamiento es parejo para todos. Cuando se pongan a jugar a la pelota van a demostrar todo. Les tengo mucha fe”. Asegura que no tiene planes de viajar a Sudáfrica –“me reservo para Brasil”–, pero que va a seguir el Mundial como buen fanático.
Pero la pelota sigue corriendo, y la charla vira irremediablemente hacia Carancho, hacia Pablo Trapero o a su coprotagonista, Martina Gusmán.
–Destacás de Trapero la valentía, el atrevimiento. ¿Vos sos un tipo valiente?
–Me considero bastante más prudente y cauteloso que atrevido. Por eso, cuando percibo eso en los demás, lo destaco. La valentía la interpreto cuando vos hacés un cálculo y el resultado no te petrifica. A pesar del resultado o de la lógica decidís ir para adelante. Soy más cauteloso, más prudente. Realmente me gustan los artistas que toman riesgos como él, que no se detienen a cuidar la quinta, que van por más. Cuando un cantante que admiro decide cambiar de registro, por ejemplo se pasa del jazz al folklore, me saco el sombrero.
–En general, la mayoría resiste esos cambios.
–Sí, pero gracias a los cambios, gracias a los atrevidos vivimos sobre este planeta. Sin el atrevimiento de intentar descubrir la penicilina, dudo de que hoy estaríamos en pie.
Documentos
–¿Por qué aceptaste hacer en tele "181:0"?
–Se trata de documentales (son 30, de 181 segundos cada uno, que se verán por las señales de Fox) con centro en el Bicentenario. Básicamente les voy a poner la voz a trabajos que van a hablar de empresas pioneras en el país, de los que apostaron allá lejos y hace tiempo a que esta podía ser la Tierra Prometida.
–¿Y se equivocaron?
–No, no se equivocaron, creo que en verdad estaban viendo bien. Latinoamérica es un lugar de privilegio, que tiene infinidad de ventajas y estrategias con respecto a otras de la Tierra... el tema es que estamos nosotros (ríe). Lo digo irónicamente, porque aquellos tipos que hace tanto tiempo pisaron este suelo y vieron lo que era, las posibilidades que tenía, decidieron pensar en grande. Lo que ocurrió con nosotros es más o menos lo que ocurre con los campos heredados: un tipo que era peón de campo, que se deslomó toda su vida, se compró su pedacito de tierra... terminó teniendo una familia que es rica, pero que despilfarra lo que había conseguido. Esa parte duele, por eso me parece bueno rescatar a estos tipos. Vivimos en una época donde todo es blanco o negro, plata o mierda, Boca o River, y hay una necesidad de polarización: o sos amigo o enemigo. En ese caldo se cultiva una gran injusticia para mí, que es la de creer que todo tipo que tiene plata es un hijo de puta y que toda la gente humilde es santa. Todos sabemos, si lo pensamos dos minutos, que no necesariamente es así.
–También pasamos de creernos el centro al fondo.
–Es como un deporte favorito. Una vez leí algo que de tanto repetirlo terminé creyendo que lo había inventado... suelo apropiarme de ideas y frases ajenas. “Los argentinos solemos pensar que somos los mejores en cosas en las que no somos los mejores, y solemos pensar que somos los peores en cosas en las que no necesariamente somos los peores”. Es como que estuviéramos medio desfasados. En el mano a mano, nos caemos bien, nos entendemos, podemos tener una charla y hasta estar de acuerdo. La que nos cuesta un poco más es la grupal, cuando el número nos excede y de lo que se trata es de ponerse de acuerdo para buscar un punto de equilibrio. No hacemos nada para aprender a controlarlo, eso es grave.
–Viajás mucho. ¿Es la impresión que tienen afuera?
–Damos una imagen un poco fuera de sincro. Nos valoran por cosas que nosotros no nos valoramos. Por nuestra valentía, por nuestra intensidad en algunos aspectos, por nuestro humor, por nuestra rapidez mental, pero dejamos un poco que desear en términos grupales. Esto se debe a una combinación de procesos: la escuela pública argentina fue ejemplar, resultado de que todos los chicos tuvieran la posibilidad de tener una educación, una cultura, desarrollar sus propias capacidades, aprender, profundizarse a sí mismos. Por el proceso de involución que sufrió desde hace unas décadas para acá, y que no veo que tenga un punto de freno, tenemos el orden de valores un poco trastrocados. Hay cosas a las que no les damos el valor que deberían tener. Seguimos en la pendejada de pelearnos entre nosotros.
Modelos
–¿El modelo de gobierno hace que se crispen más los ánimos y se endurezcan las posiciones?
–Me cuesta hablar del Gobierno. No sé muy bien quiénes son: a lo mejor no son las caras que más vemos. Creo que en los últimos años se tomaron medidas importantes, se tomaron otras equivocadas, pero me parece que una cosa es el gobierno y otra, el Estado. Nosotros, como parte del Estado, venimos cometiendo errores desde hace mucho. Nos cuesta bajar la adrenalina que supone la soberbia intransigente. Países mucho más golpeados que nosotros han logrado ponerse de acuerdo. Tienen 10 puntos de convivencia de los que no los mueve nadie. Saben que de ahí en más se puede crecer, se puede mejorar, discutir, pero los chicos tienen qué comer, está la salud, la educación. No jodamos; si después de todo el tema no es solamente económico. Es una cuestión de sentido común, de criterio, de pensar en grande. Para pensar en grande hay que resolver los virus más grandes que tiene la Argentina: educación, salud pública, trabajo y la dignidad que supone el trabajo. Deberíamos tener la obligación de ponernos de acuerdo.
–¿En ese desorden de valores incluís que nos fijamos en los premios de una película o el “rating” de un programa en vez de lo artístico?
–Coincido. Además, yo formo parte de una generación que pudo vivir lo que significaba hacer un buen programa y comprobarlo en la calle, cuando la gente seguía hablando el viernes de algo que había pasado el martes. No importaba si medía 40 ó 12. No manejábamos esos parámetros tan fríos. Es como esos restaurantes donde hay 100 personas esperando y uno piensa: “¿Tan bien se come?”. Parece que tenemos que ir todos para ese lado.
–¿Y qué te produce? ¿Rechazo?
–Me produce rechazo todo aquello que me haga recordar que en vez de ser seres pensantes somos seres manejables. No sólo me produce rechazo sino una gran indignación. Yo apelo a buscar nuestro sentido más elevado de la condición humana, no el más bajo.
–Ves a tu hijo en TV. ¿Te hubiera gustado que se dedicara a otra cosa?
–No. Me gustaría que no cometa el error que cometí con la música, sobre todo él que tiene gran facilidad. Que no se abandone. Yo me abandoné, y es una asignatura que tengo atragantada. Me encantaría tocar un instrumento.
–¿Ves cosas tuyas en él?
–Ha cambiado mucho todo, las condiciones y el medio. Yo tuve un nivel de inserción distinto. Pero me vi obligado a salir a la cancha mucho antes, mientras él está intentando descubrir su caja de herramientas cuando las necesita. Es inteligente, capaz, buena persona, respetuoso con los demás y consigo mismo.
–¿Volverías a la tele?
–No siento la necesidad, hice mucha televisión. Siento que no le debo nada al medio, el medio no me debe nada a mí. Estamos a mano, en paz. Encontré un ritmo de trabajo a través del cine y del teatro que me es más propio y necesario.
–Y tus hijos...
–Volviendo, es absurdo suponer que uno tiene el derecho de pretender algo para ellos. Demasiados condicionantes vienen añadidos por el solo hecho de que uno le haya traspasado parte de su forma de ser. Todo el tiempo les estamos diciendo no tal cosa, no tal otra, los cagamos a pedos desde que nacen en vez de estimularlos. En ese caso soy muy permisivo, porque me parece que estoy haciendo un poco de equilibrio. Los pibes parece que tuvieran todas las libertades, pero están atosigados por el sida, la droga, el alcohol, la inseguridad, los accidentes. Ya de por sí la adolescencia es una zona de gran turbulencia con la presión que reciben de afuera para que encima tu padre venga a romperte las pelotas. Florencia (Bas, su esposa) es la que me ayuda en esto. Es del campo y eso se nota, porque yo soy un bicho de un departamento, primer piso, contrafrente. Ella no le tiene miedo a lo que la vida le va proponiendo.
–¿Sos mejor actor o mejor padre?
–No soy mejor en ninguna de las dos cosas. En las dos hago lo que puedo con lo que traía. Como actor, como padre, como persona, hago una mezcla entre lo que puedo y lo que quiero, con lo que tengo. He hecho cosas que están bien, otras que no están tan bien. La única capacidad que me reconozco es la de hacer que la pelota circule, porque creo en no quedarse quieto.
–¿Sentís miedo al pensar que tus hijos pueden irse?
–Sí. Porque será de alguna forma perderlos un poco. Para eso no estoy preparado. Cuento con una gran aliada, que es Flor, para apoyarme a mí, básicamente. Me gusta verlos caminar solos... pero sabiendo que vuelven.
Sosa, en la vereda opuesta
–En “Carancho” sos Sosa, un ser casi despreciable. ¿Te has encontrado con muchos “Sosas” en tu vida?
–Me he cruzado con algunos, varias veces en la vida. Tengo unas características personales que hacen que esos tipos a mí me adoren. En algún lugar de su composición mental suponen que al ser actor te aproximás a su criterio, a su forma de ser. Eso los estimula a mostrarse tal cual son, y eso hace que los odie con mucha más profundidad. Antes yo era bastante más viscoso en ese sentido y les permitía ese juego, incluso les sonreía porque me interesaba que me mostraran. Ahora estoy más viejo y no tengo tanta facilidad. Elegí un camino que a lo mejor no es tan productivo para mí, porque yo necesito que me muestren, pero ahora de tanto en tanto me permito mandarlos a cagar.
–No te imagino.
–Se me ve más componedor, pero con los años hay un proceso de erosión, ya no se te hace la frutilla en la piel, se te pone la herida en carne viva y si te tocan, saltás.
9.063 personas convocó Carancho de jueves a domingo, en las salas de Córdoba, contra los 11.828 de El secreto de sus ojos. En el país, la diferencia fue mayor: 95.746 entradas contra 178.417. Igual, estuvo pareja con el tanque de Iron Man 2.
El hijo en la tele
RIcardito "El chino" Darín, hijo de Ricardo, trabaja en Alguien que me quiera, que emite El Doce, de lunes a viernes a las 19. Interpreta a "Stuka", un adolescente que llega al mercado e instala un puesto de pearcing y tatuajes.